~ Diciembre 23,
2012
El pasado mes de septiembre, inesperadamente Canadá rompió
relaciones diplomáticas con la República Islámica de Irán. Ottawa retiró a sus
diplomáticos en Teherán y dio cinco días a sus contrapartes iraníes para que
abandonasen el país. El ministro de Relaciones Exteriores, John Baird, justificó
las razones de la decisión en un comunicado: “El régimen iraní proporciona una
ayuda militar creciente al régimen [sirio del presidente] Assad; rehúsa apegarse
a las resoluciones de las Naciones Unidas concernientes a su programa nuclear;
amenaza regularmente la existencia de Israel y tiene propósitos antisemitas
racistas además de incitar al genocidio”. El comunicado agregó que “Canadá
considera al gobierno de Irán como la principal amenaza para la paz y la
seguridad mundiales en este momento”, indicó que Irán “está entre los peores
violadores de derechos de las personas en el mundo” y destacó que Teherán
“alberga a grupos terroristas a los que entrega ayuda material”, todo lo cual
obligaba a su gobierno “a inscribir oficialmente a Irán como Estado que respalda
al terrorismo”. En diciembre, el gobierno canadiense expandió las sanciones
económicas contra empresas e individuos iraníes asociados al programa nuclear
persa.
Además de estas consideraciones por demás meritorias, Canadá
mantenía un viejo rencor con el régimen ayatollah desde 2003, cuando éste
encarceló, torturó, violó y asesinó a la periodista canadiense-iraní Zahra
Kazemi. Un médico exiliado que previamente había trabajado en el Ministerio de
Defensa de Irán y tuvo acceso al cadáver de la víctima dijo haber hallado
evidencia de una violación brutal, quemaduras en el abdomen, marcas de latigazos
en las piernas, heridas en el cuello, fractura de cráneo, dos dedos rotos, uñas
arrancadas, un dedo del pie apastado y la nariz quebrada. El gobierno iraní
inicialmente informó que Zahra Kazemi había fallecido por un paro cardíaco
durante el interrogatorio.
Pero la impaciencia con la conducta incivilizada de Irán parece
haberse agotado en Ottawa el último mes de julio, ocasión en que el agregado
cultural iraní allí anunció un plan de infiltración chiíta en el país anfitrión.
El attaché Hamid Mohammadi no lo publicitó abiertamente, pero en la era
de la Internet aun una entrevista dada en farsi a un oscuro portal iraní puede
hallar su camino hacia la esfera pública global. En una entrevista con el portal
de los expatriados iraníes en Canadá, Mohammadi se mostró feliz con el creciente
número de iraníes que viven allí, que estimó era de medio millón, expresó la
intención del gobierno de reclutarlos al servicio de Irán bajo la fachada de un
programa cultural y los instó a “ocupar posiciones de alto nivel” y a
“resistirse a integrase a la cultura canadiense dominante”.
La cancillería canadiense protestó por estas declaraciones
incendiarias, recordó a Irán que los exiliados iraníes residentes en Canadá
objetaban al régimen ayatollah, lo urgió que no intentara influir en ellos y le
advirtió que no debía usar su embajada en Ottawa con fines de reclutamiento
ideológico. El Ministerio de Ciudadanía, Inmigración y Multiculturalismo
notificó a las autoridades iraníes que su nación no permitiría que agentes o
aliados del régimen se asentaran en Canadá y puso en marcha un proceso de
revisión de todas las solicitudes de visado pendientes con el objeto de
garantizar que sólo iraníes bienintencionados fuesen
bienvenidos.
Irán ya había iniciado su misión. Algunos ejemplos del año
corriente solamente parecen sugerir que Irán ha estado activamente haciendo
propaganda en Canadá a través de su delegación diplomática, del Centro Cultural
de Irán en Canadá, de la Asamblea Islámica de Canadá Ahlul Bayt y del Centro
para la Guía Islámica en Toronto. Un informe reciente del Middle East Media
Research Institute detalla las siguientes actividades iraníes en suelo
canadiense este año.
En mayo, el Centro Cultural de Irán en Canadá anunció la creación
del “primer festival internacional de cineastas independientes” que se enfocaría
entre otros temas en “el rol del lobby sionista en las crisis norteamericanas y
europeas presentes”, “resistencia islámica contra el régimen sionista”,
“Iránfobia e islamofobia” y “un mundo sin sionismo”. En junio, el centro iraní
junto con la Asociación de Cultura Iraní de la Universidad Carleton en Ottawa,
cuyo titular es el hijo del attaché Mohammadi, organizó una conferencia
titulada “El despertar contemporáneo y el pensamiento del Imán Khomeini”. En
julio, el mismo instituto convocó a la postulación de artículos para un
seminario a realizar en agosto en Teherán bajo la consigna “El despertar
islámico y liberar la ciudad santa de Jerusalem”. Entre los tópicos sobre los
que se invitaba a escribir figuraban “Una nueva intifada en las tierras ocupadas
y los obstáculos que enfrenta” y “el papel de la prensa en realizar la
liberación de Jerusalem”. En agosto, la embajada iraní en Ottawa marcó el “Día
Al-Quds” (Día de Jerusalem) exhibiendo una película sobre la resistencia
palestina. En Toronto tuvo lugar una manifestación con cánticos del tipo
“sionismo es racismo” y “del río al mar Palestina será libre”. La lista
sigue.
Al cortar lazos diplomáticos, Canadá puso término o acotó estas
operaciones de adoctrinamiento extremista disfrazadas de eventos culturales.
Además de ser una postura de principios, tendrá el beneficio adicional de
contribuir a la seguridad de sus ciudadanos. Es reconfortante ver esta toma de
conciencia frente al peligro que encarna Irán en el Hemisferio Occidental. Es
preocupante advertir que ella parece estar concentrada sólo en su parte
norte.
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