En Egipto e Irak, los cristianos están
huyendo masivamente de las persecuciones islamistas, las quemas de iglesias y el
creciente clima de discriminación. En Nigeria, el grupo islamista Boko Haram
(cuyo nombre significa “La educación occidental debe ser prohibida”) mató a unos
10.000 cristianos en los últimos 11 años
Si en el ridículamente pequeño espacio
geográfico que ocupa Israel, hubiera un país musulmán en conflicto con sus
vecinos, el tema no interesaría a nadie
Desde marzo de 2011, Siria vive una
terrible guerra civil. Hasta ahora van 40.000 muertos, un número considerable de
ellos niños, ya que la artillería del gobierno de Assad dispara masivamente
contra barrios enteros. En todo el Medio Oriente, especialmente en Egipto e
Irak, los cristianos están huyendo masivamente de las persecuciones islamistas,
las quemas de iglesias y el creciente clima de discriminación. En Nigeria, el
grupo islamista Boko Haram (cuyo nombre significa “La educación occidental debe
ser prohibida”) mató a unos 10.000 cristianos en los últimos 11 años, varias
veces el número de palestinos muertos en enfrentamientos con Israel en el mismo
lapso. Su especialidad es colocar bombas en iglesias con los fieles adentro. Las
habituales noticias sobre shiítas asesinados por sunnitas o viceversa en Irak,
Pakistán o Afganistán no llaman la atención de nadie. El hecho de que en el mes
pasado de noviembre se hayan registrado en nombre de la Jihad (guerra santa) en
el mundo 215 ataques en 22 países contra 5 religiones produciendo 893 muertos y
1848 heridos graves solo es registrado por excéntricos lugares políticamente
incorrectos en Internet. Nada de todo esto provoca manifestaciones en Occidente,
ni editoriales, ni pronunciamientos de partidos o de intelectuales. La
indiferencia es total. Musulmanes muertos por otros musulmanes en cualquier
país, o cohetes que causan pánico entre los niños en una escuela del Sur de
Israel no son noticia.
Pero si Israel
después de meses de ataques con cohetes contra su población civil decide
contraatacar a quienes la atacan, se desata una furia cósmica. Israel es el
diablo universal, el genocida, el culpable crónico de todos los males del mundo.
Las condenas se multiplican. Repentinamente personas carentes de interés
especial por la política internacional y que nunca se informaron seriamente
sobre la historia del Medio Oriente, se convierten en presuntos expertos en el
tema. Si en el ridículamente pequeño espacio geográfico que ocupa Israel,
hubiera un país musulmán en conflicto con sus vecinos, el tema no interesaría a
nadie, del mismo modo que nadie protesta por la conversión forzada del Líbano en
una virtual colonia iraní.
Esa diferencia de
varas con los que mide a Israel en relación a cualquier otro país, es hoy, un
franco antisemitismo, porque el odio al judío individual ha sido transferido al
judío colectivo. Nadie se llama a engaño. El antisemitismo nunca se refirió a un
odio antiárabe. No se trata de una cuestión semántica. Se trata de la
instrumentación sistemática del odio contra los casi 7 millones de judíos que
viven en el único estado judío en el mundo. Es posible llamarlo judeofobia o
antijudaísmo. Los hechos no cambian.
Cualquier
observador desapasionado sabe perfectamente que es Hamas quien quiere exterminar
a Israel y no al revés. Por otra parte, Hamás al igual que Hitler lo dice con
todas las letras. Pretender lo contrario es una distorsión antisemita evidente,
y quien la difunde no deja lugar a dudas sobre su posición. Ninguna víctima
evidente de agresión en el mundo puede tolerar ser calificada de
agresor.
En sus clásicas
“Reflexiones sobre la cuestión judía” Jean Paul Sartre define al antisemitismo
como una pasión. Y la pasión está reñida con la lógica. El fenómeno no es nuevo.
Gente que por lo general actúa de manera perfectamente racional, pierde toda
capacidad de raciocinio cuando se plantea el tema del conflicto árabe-israelí
del mismo modo en que los antisemitas de ayer perdían todo equilibrio cuando
oían la palabra “judío”.
El judío era el
envenenador de pozos, el traficante de hostias, el que mataba a niños
cristianos, el usurero, el asesino de Cristo. Más tarde fue el capitalista
codicioso, el comunista subversivo, el manipulador de la prensa, el siniestro
intrigante empeñado en dominar el mundo. Hoy el país judío es acusado de
colonizador, agresor, genocida, imperialista, etc. Para los antisemitas del
siglo XXI no hay ningún problema en utilizar los peores epítetos. Estos delirios
siempre le son útiles a alguien: el judío fue el chivo emisario sistemáticamente
utilizado por diferentes clases dominantes e Israel es el judío entre las
naciones. Al judío podía acusársele de las cosas más absurdas; siempre se
encuentran oídos crédulos. Además el antisemitismo puede ser manipulado para dar
respetabilidad a cualquier idea delirante. El estado judío es todavía mucho
mejor: después de la caída del Muro y el fin de la Guerra Fría se necesitaba de
apuro alguien a quien odiar, para evitar tener que hacer un balance de errores
pasados. ¿Qué mejor que Israel, un país odiado por los árabes y el mundo
musulmán? ¿Un país envuelto en un conflicto interminable? ¿Y un país, que a
diferencia de sus enemigos, es suficientemente democrático como para tolerar las
críticas externas?
Hay una frase hoy
olvidada que en otros tiempos simbolizaba una posición de la izquierda europea:
“El
antisemitismo es el socialismo de los imbéciles”. Su autoría fue
atribuida a August Bebel (1840-1913), el fundador del Partido Socialdemócrata
alemán. Otros la atribuyen al liberal de izquierda austríaco Ferdinand
Kronawetter (1838-1913). Pero alcanzó su mayor difusión cuando la utilizó
Vladimir Ilich Lenin, el líder de la Revolución Rusa (1870-1924) quien condenó
en términos inequívocos la violencia y el odio antisemitas promovidas por el
régimen zarista. Cabe preguntarse qué diría Lenin hoy frente al fenómeno de
apoyo al islamismo antioccidental de algunos sectores de izquierda, un islamismo
que se nutre de “Los protocolos de los sabios de Sión” una conocida
falsificación antisemita de la policía zarista que también utilizó
Hitler.
A
lo largo de mi vida encontré muchas veces las formas más sofisticadas e
increíbles de antisemitismo. Una de las más curiosas es la de los antisemitas
que están convencidos de no serlo. Personas muy sensatas repentinamente sacaban
a relucir prejuicios insólitos y gente muy racional y cuerda en una discusión
sobre Israel revelaba un fanatismo en la defensa de evidentes falsedades
históricas que demostraba un prejuicio muy profundo y muy arraigado. Pero por
otra parte, expresaban una actitud afable a sus amigos judíos y estaban
convencidos de no ser en modo alguno, antisemitas. Por ejemplo, esto explicaría
la actitud de alguien conmovido por los seis millones de judíos muertos en el
Holocausto nazi pero totalmente indiferente a las amenazas de genocidio de todos
los habitantes de Israel por parte de la teocracia iraní y de sus coyunturales
aliados de Hamas. Es como el chispazo de locura en alguien perfectamente
normal.
Por otra parte, la
falacia de que el antisionismo no es antisemitismo solo convence a los
antisemitas que creen no serlo. No existe en el mundo ningún antifrancismo que
pretenda destruir a Francia, ni ningún antirrusismo que pretenda destruir a
Rusia, ni ningún antiuruguayismo que pretenda destruir al Uruguay y exterminar a
sus habitantes. El antisionismo es el apoyo a quienes desean destruir a Israel,
el único país amenazado de extinción en el mundo.
Amigos ....Si bien Egon nunca gozo de mis simpatias por su posicion ideologica sobre lo que se conoce como " Ej judaismo sin sombrero " que incluye una idea de la no existencia de nuestro ser supremo, debo reconocer que sus conocimientos y sus comentarios son muy esclarecederos y positivos, por eso suscribo los mismos.- Una cosa no contradice la otra
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