Llevamos más de un mes desde el inicio del operativo
Margen Protector de Israel contra el grupo terrorista Hamás en Gaza.
¿Alguien ha
visto u oído, en cualquier medio, incluyendo las redes sociales, manifestaciones
anti-israelíes en países árabes? Es una pregunta retórica: no las hubo.
En cambio, las
capitales y ciudades europeas convocan, incluso durante el cese de fuego,
manifestaciones y acciones de castigo contra Israel, en la que van de la mano la
extrema derecha (que, envalentonada con los resultados de la reciente consulta
electoral europea, ya se anima sin pudor a volver a sacar sus esvásticas y
levantar sus brazos), la izquierda (extrema y no tanto: en España, por ejemplo,
abarca desde Izquierda Unida y Podemos a muchos sectores del PSOE), además de los grupos salafistas de inmigrantes
musulmanes y sus descendientes que ya se han hecho con las calles y barrios de
París, Londres, Berlín o Malmö (Suecia).
Y el problema no acaba ahí.
Volviendo nuevamente a España donde gobierna
el centro-derecha del Partido Popular, se ha anunciado (por si acaso alguien
los acusa de complicidad, en un calco de la política exterior de Zapatero en
otro conflicto) la congelación de exportaciones de material bélico a Israel (en
realidad se trata de piezas para encargos que el ejército español ha realizado a
industrias israelíes, con lo cual los afectados serán sólo españoles).
También (y a mi forma de ver es aún más doloroso y flagrante) una ciudad
de la Red de Juderías (que en unas semanas venderán en el mundo su amor y
respeto por el mundo hebreo con su Jornada Europea de la Cultura Judía) ha
decidido suspender un ciclo de cine israelí (nuevamente, en pleno cese de fuego)
para evitar que la celebración de la actividad «estrictamente de carácter
cultural se advierta por cualquier ciudadano como una provocación o
manifestación de apoyo al conflicto bélico». ¿No es esta decisión,
paradójicamente, la manifestación más obvia del apoyo a una parte en el
conflicto, y por parte de una institución que se supone reivindica una herencia
común y deplora la discriminación a la que los judíos han sido sometidos en el
pasado en el mismo lugar?
Europa está
enferma: no sólo por los extremos de su espectro político. La obsesión y
el odio al judío lo impregna casi todo, salvo
el territorio de los que son conscientes de sus problemas, como gran parte de la
sociedad alemana y sectores más minoritarios en otros países, a los que en días
como estos les cuesta enfrentarse a sus propios demonios internos, bombardeados
de mentiras financiadas por los titiriteros del terror mundial, con
nombres, apellidos, banderas, medios de comunicación y clubes de fútbol. A pocos cientos de kilómetros de Gaza, otra de las
franquicias del mismo sello decapita niños cristianos y mata de sed a los que
huyen por conservar una fe ancestral, anterior a la que se instaló en la zona a
golpe de cimatarra hace más de mil años. ¿Manifestaciones de denuncia en Europa?
Busquen y rebusquen: seguramente encontrarán más defensores de esos perseguidos
en los países árabes que en el entorno de un continente construido sobre cenizas
y sangre en nombre del cristianismo.
Equiparar la protesta contra las
acciones bélicas de Israel con el odio al judío no es políticamente correcto,
pero es demostrable. Especialmente cuando la acción y la intención públicas en
las democracias europeas retoman los pasos de sus fantasmas del pasado, vuelven
a recorrer las vías del desprecio y la discriminación (lo que se le exige al pueblo de Israel no se le pide
a nadie más) y enarbolan su propia “sharía” (la ley religiosa medieval
musulmana) cristiana: la fuerza y el horror de la masa envenenada de prejuicios
y enfurecida.
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